
Apenas se arremolinaban, algo como un pericardio los presionaba, obligaba y mantenía, de pronto era el argón, la engañosa imitante de las auroras, la inminente analogía del bohemio, los aguaceros del erotismo en una autentica excusa. ¡Evohé! ¡Evohé! Extasiados en la gesta del idilio, se sentía equiparar felinos y caninos. Temblaba el cuarto, se vencían las brumas, y todo se consumaba en un profundo óbice, en cortaplumas de ensangrentadas gasas, en caricias casi crueles que los admiraban hasta el límite de las ansias.
Edición original: http://www.literatura.org/Cortazar/rayuela_68.html
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